sábado, 19 de noviembre de 2011

MARAVILLA PARA LOS SENTIDOS- América Latina sigue sorprendiendo

Cañón del Colca: Donde el cóndor pasa

A 160 km de Arequipa -Perú-, un mirador preferido por las grandes aves andinas es la meta de un viaje que incluye baños termales, bordados collaguas y asombrosas observaciones estelares.
Condor pasa (Valle de Colca - Arequipa)
Estamos en el restaurante Urinsaya de Chivay. Almorzamos mientras unos músicos tocan “El cóndor pasa”. Dante, el guía, nos comenta que se trata de la melodía más linda del mundo, pero que, sin embargo, es mucho menos escuchada que “Yesterday”, del grupo británico The Beatles. Inmediatamente me pregunto cuántas personas habrán visto un recital de la banda inglesa en Youtube y cuántos views puede tener la zarzuela del peruano Daniel Alomía Robles
Vuelvo a recordarlo al día siguiente, mientras el ave voladora más grande del mundo despliega sus tres metros de alas a poca distancia de mi cabeza. Su cuerpo negro planea suavemente. Gana altura y luego se deja caer hasta aprovechar el impulso de una nueva corriente cálida. De repente, a la escena se suman dos, tres, 16 majestuosos carroñeros que remontan los cielos del Cañón del Colca, uno de los más profundos de la Tierra (3.191 metros). 
Este espectáculo natural, que se puede apreciar en los amaneceres y ocasos que se suceden de abril a octubre, es la razón principal para viajar al Valle del Colca, precisamente al mirador Cruz del Cóndor. Ubicado a 3.287 metros, este “palco preferencial” regala inmejorables vistas de la geografía, del río y, obviamente, de la actuación de estas aves consideradas deidades andinas.
Una de las maneras más directas de llegar al Colca –provincia de Caylloma– es hacerlo desde la ciudad de Arequipa. Ambos enclaves están separados por 160 km de asfalto, pero el viaje insume un mínimo de cuatro horas: el camino avanza hacia el noreste por una ruta de una sola mano, sinuosa y atestada de camiones. Es importante abastecerse con combustible, cambiar dinero y comprar hojas de coca, cuya versión posmoderna se materializa también en caramelos o chocolates rellenos. La ruta alcanza su máxima altura en el mirador de Patapampa (4.910 m), y allí la sorocha –o mal de altura– se hace sentir. 
Entre cactus y vicuñas, finalmente se llega al Valle del Colca, que se extiende a lo largo de 100 km junto al cauce del río homónimo. Éste corre hacia el oeste y antes de volcarse al océano Pacífico, cambia de nombre por el de Majes y, finalmente, por Camaná.

Qué ver en el valle

La primera parada y base de operaciones es el pueblo de Chivay, que crece al pie del nevado de Mismi (5.672 m), donde nace nada menos que el río Amazonas. Uno de los destacados de este poblado es su mercado de frutas, verduras y artesanías, en el que todavía se pueden oír el aymará y el quechua. Además hay restaurantes, peñas y varios hoteles sencillos. El punto fuerte de Chivay son sus aguas termales. A solo 3 km de la plaza principal, el complejo Termas del Cóndor cuenta con seis piscinas –una cubierta– en las que se puede disfrutar de las propiedades de estas aguas que brotan naturalmente a 39 grados hasta que el sol de paso a las estrellas. Cuando eso sucede, la cita obligada es en el hotel Casa Andina. Allí, el biólogo profesional y astrónomo apasionado David Rivas Romero montó un planetario –con telescopio– en el que enseña las constelaciones que sólo se ven por debajo del Ecuador y que fueron guías esenciales de los pueblos agrícolas regados por el río. Tal es el caso del grupo de las Siete Pléyades. La visibilidad de este cúmulo de estrellas al que llamaban Collca –granero– daba inicio al año Inca –que ocurre 15 días antes del solsticio de invierno– y pronosticaba cómo sería el ciclo agrícola. Cuenta David que, cuando no eran fácilmente visibles, los incas pensaban que estaban enfermas y que la cosecha sería mala.
Desde Chivay parte el camino de 50 km hacia Cruz del Cóndor. El viaje se alterna entre tramos de asfalto y de ripio con paradas en distintos pueblitos coloniales. Los eucaliptus –especie australiana introducida– son plaga en las zonas que están libres de terrazas de cultivo o andenes. 
Un grupo de chiquitas vestidas como auténticas cabanas (con faldas amplias de guardas bordadas) bailan la danza Wititi, o danza del amor, alrededor de la fuente de la plaza de Yanque. A la escena se suma un grupo de lugareñas que ofrecen sus aguiluchos –lamentablemente amarrados a sus muñecas– para que “valientes” turistas se tomen una foto junto a ellos. Es triste saber que estas aves han perdido su instinto cazador producto de su nuevo oficio como modelos. 
No deje de visitar su iglesia, y mucho menos la del pueblo contiguo de Maca. Reconstruida tras el terremoto de 1991, este edificio del siglo XIX se destaca por su coro exterior –destinado a los andinos que, según los españoles, carecían de alma–, sus altares de estilo churrigueresco y sus pinturas de la escuela arequipeña. Maca tiene una sola cuadra en la que se concentran la iglesia y algunos puestos de artesanías. En uno de ellos Delcia (16) me explica la diferencia entre los bordados collaguas y cabanas (como se conocía a las dos clases de pobladores pre incas que habitaban a uno y al otro lado del río Colca). Los primeros se destacan por la variedad de colores y las figuras bien definidas. En el diseño cabana, en cambio, predominan el blanco y las figuras circulares. 
El anunciado final llega al arribar a Cruz del Cura y ahí descender del vehículo para recorrer, durante una hora, el sendero señalizado (no improvise rutas alternativas y mejor vaya con un guía oficial de turismo). Al final del camino, está la Cruz del Cóndor. El show está por comenzar.
Por Connie Llompart Laigle. Fotos de Xavier Martín.
Texto tomado de Revista Lugares edición n° 186.

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